Los medios masivos de comunicación, tan necesarios para la democracia, terminan por atentar contra ella cuando en lugar de equilibrados e independientes son sesgados y están atrapados por grupos de presión o por el propio gobierno. Podríamos simplificar y clasificar los sesgos de los medios en los originados en la oferta o producción y los originados en la demanda o consumo. Entiendo por los primeros aquellos que surgen de motivaciones propias de los dueños de los medios, de quienes los financian, o de los periodistas que escriben las historias. Por ejemplo, cuando un grupo empresarial controla un periódico y decide censurar contenidos que atentan contra los intereses del grupo. O cuando un periodista, atendiendo a su ideología, suprime una información o la presenta de manera tendenciosa. Los sesgos que tienen su origen en la demanda responden en cambio a las preferencias de los consumidores reales o potenciales de los contenidos. Por ejemplo, cuando para complacer los prejuicios, preferencias, y sesgos ideológicos de sus lectores un periódico adopta una línea editorial particular. Aunque el periodista es en últimas quien presenta la noticia sesgada, en el primer caso lo mueve su gusto o su ideología, y en el segundo el deseo de complacer a los lectores. Es lo que llevaría a un bloguero ávido de popularidad a titular “Lo que siempre quiso saber sobre Angelina Jolie” en lugar de “El papel de los medios públicos de comunicación”...
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