Las dimensiones culturales de la desigualdad
- Leopoldo Fergusson
- Jan 1
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En este análisis de las dimensiones sociales y culturales de la desigualdad económica, que se manifiestan en sociedades segregadas, llamo la atención sobre la necesidad de que los economistas se enfoquen más en el estudio del capital cultural (formas de conocimiento, habilidades y comportamientos aprendidos que le dan a una persona un mayor o menor estatus): “activos sociales inmateriales” con efectos sociales que reproducen la desigualdad.
Con frecuencia, las sociedades muy desiguales son, además, fragmentadas o segregadas. Los ricos y los pobres viven en barrios diferentes, asisten a escuelas, hospitales y lugares de esparcimiento diferentes, y tienen grupos de amigos y conocidos diferentes. En consecuencia, es difícil que se encuentren en un mismo lugar en el que desaparezcan las jerarquías asociadas a su posición social.
Un factor que contribuye a la segregación social por niveles de ingreso, muy vigente en Latinoamérica, es lo que he llamado en otros lugares la “trampa de la debilidad de los bienes públicos” (Fergusson, 2019; Cárdenas, Fergusson y García Villegas, 2021). Cuando la oferta de bienes públicos es deficiente e imperan grandes diferencias de ingreso, quienes tienen suficiente capacidad económica suplen esa carencia de la oferta pública con recursos privados. Por ejemplo, contratan seguridad privada para subsanar las deficiencias de la seguridad estatal, o clubes deportivos privados para suplir la ausencia de espacio público para la recreación y el deporte, o escuelas públicas para acceder a una educación de calidad. Esta reacción privada reduce a su vez la presión sobre el Estado para que mejore su oferta, pues una parte de la población, precisamente la más rica e influyente, tiene un relativo desinterés por lo que suceda con la oferta pública. La trampa es un verdadero círculo vicioso: la baja oferta de bienes y servicios públicos consolida una baja demanda, que consolida una baja oferta, etcétera.
Esta trampa apuntala la desigualdad económica. Una vía es directa: las personas con menos recursos deben contentarse con servicios y condiciones peores que las de los ricos y se erosiona la buena provisión de bienes públicos como factor igualador de oportunidades. Pero otra, aunque indirecta, no es menos importante: los ricos y los pobres habitan mundos distintos, con repercusiones sociales que ayudan a reproducir la desigualdad.
Cuando las personas en una sociedad no sólo tienen distintos niveles de ingreso, sino que habitan mundos diferentes, los ricos no sólo tienen más dinero que los pobres. Además, acumulan más capital humano (conocimiento, habilidades y salud, que aumentan la productividad económica de las personas), capital social (valor económico derivado de tener una red de relaciones con otros) y capital cultural (formas de conocimiento, habilidades y comportamientos aprendidos que le dan a una persona un mayor estatus). Pese a la enorme importancia que tiene cada una de estas fuentes de riqueza en la reproducción de las desigualdades, la atención que los economistas le hemos prestado es descendente: mayor para el capital humano, mediana para el capital social y escasa, y ciertamente deficiente, para el capital cultural.
Aunque la economía haya ignorado relativamente estas dimensiones, otras disciplinas han demostrado su relevancia. En particular, una larga tradición en sociología (donde los aportes más conocidos e influyentes son los de Pierre Bourdieu) sostiene que el capital cultural es esencial para explicar la persistencia y la reproducción de la desigualdad socioeconómica.
Inspirados por estas ideas, en el libro La quinta puerta (Cárdenas, Fergusson y García Villegas, 2021), estudiamos el papel de las dimensiones culturales de la desigualdad en el acceso a oportunidades laborales en Colombia....
Artículo completo en Otros Diálogos de El Colegio de México
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